De nuevo por aquí, pero esta vez ya con sabor a despedida. Nos hubiera encantado tener un Interrail con posibilidades mayores, más países, más días, más experiencias y más escalones, pero no ha sido así.
Polonia fue nuestro último destino y durante él nos replanteamos si fue una buena elección, pues justo en Cracovia se celebraban las JMJ, experiencia que no buscábamos por el momento.
Llegar a Cracovia fue fácil, optamos por tren-cama, donde a pesar del calor-frío, frío-calor y los controles, pudimos medio descansar.
Llegar al alojamiento no lo fue tanto, presentarse a la hora prevista fue imposible, pero todo se supero con un McCafé (cómo no, siempre nuestro fiel aliado en este viaje) y lo acogedor del apartamento.
Por supuesto hubo turismo nocturno, nuestra especialidad, con una cena típica que no ha podido faltar en ninguna de nuestras etapas.
Huyendo de las aglomeraciones decidimos ir a Auschwitz. Creo que no tenemos palabras para describir la crueldad de lo ocurrido recientemente, pues no han pasado ni 100 años. El tiempo ayudó a empatizar, lluvia, barro e inmensos caminos empedrados para botas de montaña, no queremos imaginar sin ellas.
El silencio nos acompañó, pues cada una se detenía donde lo necesitaba, leía o ignoraba a su antojo.
Recorrer esta increíble ciudad fue toda una odisea, pues de lo abarrotada que estaba, fue bastante complicado empaparse de su encanto, aunque desde luego ya estamos pensando cuando podremos volver.
La noche polaca fue difícil, el clima (como dicen los revisores) no acompañaba, nuestros constipados tampoco, pero no nos frenaron. El vino blanco esta vez no se unió, preferimos una bebida típica de Polonia, ya sabéis. Lo que sucedió después fue un antro de música folk en polaco y unas coreografías cuanto más curiosas y debe ser que pegadizas, porque el corro formado en el centro repetía una y otra vez nuestros pasos. Más tarde el 24 horas Carrefour Express nos regaló unas calorías necesarias para dormir.
Como dice la canción, todos necesitamos un poco de sur para poder ver el norte, por lo que después de Cracovia pusimos rumbo a Varsovia. Capital del país, una ciudad muy ciudad, donde de nuevo nos apalancamos un buen rato en la estación cargando pilas. El albergue armonizaba perfectamente con nuestra persona, pues se notaba a la legua que estábamos en los últimos días de nuestro gran viaje, fue el lugar idóneo para la primera siesta. Habitación compartida, poco inglés en las conversaciones y último intento fallido de no esparramar los macutos por la habitación.
Tras la siesta todo vino de corrido, duchas cutres, intento de no repetir ropa, conseguir una muda lo más limpia posible y conocer Varsovia by night. Tostas y vinitos, encuesta local para decidir sitio y nada más que montarnos en un taxi y acabar en un camping en una pool party. Piscina, hamacas, cerves, chupitos, videos, selfies, bailes, japos, portugueses y polacos. La música pues… música, ya que en nuestra última noche nos enteramos que estaba mal visto pedir canciones a los DJ's, ya os imagináis que no lo habíamos hecho en ninguna de nuestras noches.
El amanecer tardó poco en llegar, más duchas, más decisiones de conjunto, agua y a patear la ciudad entre sol y nubes, calor y frío, gotas y goterones. Diferenciando la ciudad más moderna, más comunista, más gris para llegar a la ciudad vieja, encontrando plazuelas con encanto, mercados, tiendas artesanas y disfrutando de un atractivo arte urbano.
La tensión por perder el vuelo y acabar la experiencia apareció más pronto de lo que creíamos, Ryanair y su correo alertador, bus ciudad-aeropuerto express y aeropuertos en miniatura saturados de pasajeros pusieron fin a nuestro último destino.
Saludos entre macutos que esperan ser válidos como equipaje de mano 2.0.