
Escaleras. Gatos. Atardeceres. Kiwis. Murallas. Pinzas. Más escaleras. Piel salada. Chopitos. Cucharas de culo de botella. Españoles. Demasiados. Más escaleras. Juego de Tronos. Helados. Puntos de encuentro. Conductores temerarios. Pensemos. Tejados rojos y mármol blanco. Más escaleras. Sigamos pensando.
Aquí de nuevo con la mochila cargada de kunas... Bueno, en verdad, diremos que hemos hecho los cambios de moneda justos y necesarios para sobrevivir y compartir.
Primera etapa Croacia, más concretamente Dubrovnik, una ciudad costera repleta de callejuelas con encanto.
La primera odisea fue encontrar el apartamento, en lo alto de una colina donde nos esperaba Petra con panchitos y limonada. ¡Todo una gran sorpresa!.
Tras desparramar toda la ropa de nuestros macutos, como solemos hacer, nos preparamos para descubrir la noche croata.
Vinitos y cervezas acabaron siendo la mejor opción de una amplia carta escrita en una lengua aún desconocida. En un ambiente en el que se unían la música electrónica y una petición fracasada de al menos escuchar a Enrique Iglesias, decidimos poner fin a nuestra primera noche, subimos las eternas escaleras que nos acompañarían el resto de nuestra estancia.
Se apagó la luz, primero para Sara, que siguiendo su costumbre, se quedó dormida en el sitio más incomodo y a mitad de una conversación.
Amanecimos lo más pronto que pudimos, desayunamos y voilà listas para hacer turismo. Entre tenderos y pequeños jardines improvisados en los balcones, era difícil llegar las seis juntas al final de la calle Stradum.
Callejeando pudimos descubrir el secreto que nos guardaba Dubrovnik. Chapuzones en una pequeña cala, saltos bañados por la adrenalina, fotos y visión marina del Adriático serán uno de los mejores recuerdos que albergará esta etapa.
Para rebajar el pescadito frito decidimos vigilar la ciudad recorriendo su muralla.
Entre cartones que adelantaban nuestra próxima parada y billetes de autobús convencionales comprados a última hora, nos despedimos de Dubrovnik.
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