Catorce horas en un tren sin reserva dan para mucho. Cena en primera clase, dormir en el suelo del pasillo, innumerables passports control y cuando pensábamos que el brexit nos había separado de los ingleses... nos vimos utilizando sus pies como almohadas.
Hungría, un país con un idioma imposible y dónde saber inglés no es ningún privilegio.
A una parada de metro y un tranvía de por medio, nos esperaba el apartamento. Nuestro anfitrión, Levy, y su casa, nos enamoraron al instante. Tras una siesta y una buena ducha para recuperarnos de la noche en el tren salimos a descubrir Budapest.
Un caprichoso Danubio divide la ciudad en dos partes, Buda y Pest. Los característicos puentes que lo cruzan se convertirían en nuestros fieles aliados para orientarnos en la ciudad.

Un Parlamento siempre presente, nos dejó sin palabras.
Una vez más aparecieron nuestras queridas escaleras. Diez minutos de subida hasta el Bastión de los pescadores, una iglesia en las alturas con un mirador que nos regaló unas vistas mágicas de la ciudad.
Una vez más aparecieron nuestras queridas escaleras. Diez minutos de subida hasta el Bastión de los pescadores, una iglesia en las alturas con un mirador que nos regaló unas vistas mágicas de la ciudad.
Ya, la primera noche en Budapest, rompimos el decálogo de "probar comida típica en cada país" y nos decantamos por un kebab en la orilla del río. Sin olvidar lo que está ciudad nos ofrece, y es que existen tranvías, tranvías turísticos y luego está el "Tram 2", un tranvía con un recorrido "turístico" cuya última parada es un polígono. Gracias a él no tuvimos más opción que coger un taxi para regresar a casa.
Tras mantener indescifrables conversaciones con vecinos, nos metemos en la cama.
Budapest amanece y con ella nuestras ganas de patear la ciudad. Botas puestas y cámaras cargadas, unas majestuosas termas nos esperarían al final de nuestro recorrido.
Sin duda alguna la gran capital húngara nos había conseguido conquistar, pero no podíamos despedirnos sin conocer su auge nocturno. Raquetas, taxis con desconocidos, pre-drinking con vasos de cumpleaños, fua, coronas de flores y baños resbaladizos en un ambiente de todo menos cuerdo.
Entre resacas indeseadas y semillas de amapola nos despedimos, szia!
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